miércoles, 28 de enero de 2015

Evolución, tecnología y futuro.



La evolución, el desarrollo del individuo como especie y no como individuo, la mejora de una comunidad nacida de la lucha y dolor de aquellos que llegaron al mundo antes.

La selección natural ha estado vigente en el desarrollo de la historia de la Tierra, favoreciendo a aquellos más aptos y dejando de lado a los menos afortunados. Todo ser vivo ha pasado por este proceso, ley natural de su existencia.

La humanidad, creyente febril de su supremacía como especie, ha cambiado el curso de la evolución. La selección natural se ha truncado, ha perdido la fuerza de antaño. Ya no prima la ventaja genética, sino las situaciones derivadas del desarrollo ideológico, social y económico del individuo. Hemos llegado a un punto muerto, en el que la especie acabará desarrollando caracteres inocuos e ineficientes para el mantenimiento de la especie.

Es tal la evolución tecnológica y científica, que ya somos capaces de modificar a voluntad individuos, sin la necesidad de pasar por el proceso de selección natural. Seres nuevos, idénticos al individuo de partida, pero con alguna característica distinta que los diferencia. Son por ello más aptos para un objetivo o condición ambiental.


Se dice que ese individuo es una aberración de la naturaleza, algo que no debería existir. Se le declara el exilio de la vida, sin otro motivo que el desconocimiento de cómo fue su origen o de su motivo para existir. Aquel ser nacido in vitro, seres artificiales, quedan despojados de su dignidad. Pero aquel ser se siente digno de sí mismo.

Él no ha elegido, no se ha planteado cambiar, no puede comparar un antes y un después en su especie. Puede tener una ventaja, puede ser rechazado por el resto de su especie, pero no por ello es menos él. Es digno en sí mismo, pues acepta qué es. Aquellos que lo despojan de su dignidad no son los que le dieron la oportunidad de existir, sino aquellos que niegan su derecho a la vida.

La dignidad radica en el mismo ser, de forma inalienable. Aquel que se sienta digno, es digno por derecho. Nadie tiene el poder para eliminar la dignidad de otro ser. Debido a este motivo, aquellos que en su ignorancia lo acusan de error de la humanidad, basan sus fundamentos en situaciones irreales, seres omnipotentes de los cuales no se tiene prueba de existencia o en creencias dogmáticas que no reflejan la realidad.

La dignidad humana, como cualquier dignidad, radica en el propio ser. Aquel que se sienta digno, con todas sus consecuencias, tendrá dignidad. No podemos aplicar un canon de dignidad sobre otra persona, pues cada persona tendrá unos principios a los que responde su dignidad. Cada cual tiene la capacidad de definir su dignidad, así como de alcanzarla.

El ser humano, a diferencia de otras especies, no cree en su propia dignidad desde un origen. La cultura, la sociedad y los movimientos éticos del momento condicionan la visión de su propia dignidad. Unas normas y unos principios éticos son necesarios para evitar el colapso de la sociedad avanzada, pero no para la dignidad. Muchas veces, las normas no corresponden con las necesidades que una persona tiene para que pueda considerarse digna, o la sociedad impone condiciones ficticias para alcanzar una dignidad carente de esencia.

¿Y qué pasará cuando la humanidad tenga el poder para cambiarse a sí misma como especie? ¿Negará su dignidad como individuo al cambiar sus características, o acabará aceptando su nueva condición?

El problema en la modificación de la especie no radica en el propio hecho de modificarse, sino en el acceso a dicha ventaja o mejora propuesta por la ciencia. En un modelo ideal, aquel que quisiese mejorar su aspecto o cualidades para sentirse más digno, podría hacerlo. Todos los individuos conservarían su dignidad, puesto que todos tienen el derecho a alcanzar su objetivo.

El problema es que podría ocasionar una separación de la especie, la generación de una elite mejorada y una población de individuos no modificados. La ventaja de unos sobre otros generaría discordia, temor y envidia. La única forma de evitar este colapso del equilibrio legítimo es una distribución libre y uniforme de los medios para el cambio. Así evitar la aparición de un nuevo sistema económico-social basado en la diferencia impuesta por la nueva condición, que derivaría en una nueva sociedad clasista.

Actualmente, ya existen medios para la mejora del individuo, pero de forma muy atenuada. Los tratamientos hormonales, el dopaje o la cirugía estética son parte de la sociedad actual. El acceso es libre, aunque bastante limitado económicamente, a toda la población. Aquellos que hacen uso de estos tratamientos, pueden ser dignos, si así lo creen; aun acarreando las consecuencias de sus efectos secundarios.

Es difícil predecir los hechos que ocurrirán en el futuro, y las consecuencias que acarrearían la mejora genética o el uso de suplementos que mejoren una característica. En mi opinión, lo importante sería buscar una normativa legítima en cuanto a su distribución y acceso, y no tanto a sus posibles repercusiones en la dignidad humana. Aquel ser que se sienta como digno, cambie o evolucione, tendrá dignidad siempre que así lo sienta; pero garantizar la dignidad del ser humano no garantiza un equilibrio social, por lo que prima encontrar un sistema de distribución equitativo y legítimo de los medios.

jueves, 1 de enero de 2015

Ocaso y amanecer de un año



Promesas, y más promesas sin cumplir. Ambiciones que pasan, que se disuelven en el tiempo. Decepción y esperanza, en el mismo momento. Cada fin de año se repite la misma historia: recordamos lo que nos prometimos, sabemos que no lo hemos cumplido y volvemos a hacernos la misma promesa, un año más. No tiene sentido, nunca cambiamos. Aquel que ha conseguido sus propósitos para el año que vence se merece mi mayor respeto. Y aún así, volveremos a comprometernos en hacer algo que probablemente no haremos.

Pero no todo es depresión. El fin de una etapa nos hace recordar cada paso que hemos dado hasta finalizarla, y recordar a aquellas personas que encontramos en nuestro camino. Un momento para volver a hablar con ellas, de las cuales la distancia y el tiempo nos ha separado. Aquellos a los que tenemos presentes, que son parte de nosotros, pero que no llegamos a evocar día a día en nuestra memoria.

Gracias, ocaso del año, pues me has ayudado a recordar aquellos a los que nos ayudaron a caminar durante parte de nuestra vida. Y gracias, año venidero, por darnos la oportunidad de redimirnos, una vez más.